El Retiro era en el siglo XVII un extenso jardín navegable. Por sus canales y estanques circulaban góndolas bañadas en oro para entretenimiento de la Corte. Milagrosamente, una de esas falúas reales de Retiro se conserva en todo su esplendor. Fue traída a Madrid desde Nápoles para disfrute del malogrado Carlos II, el último rey español de los Habsburgo. Hoy la podemos admirar en Aranjuez. 

El Museo de Falúas Reales es un tesoro escondido entre los jardines de Aranjuez. En su interior, este espacio único de Patrimonio Nacional conserva varias embarcaciones de recreo que sirvieron a la monarquía española, desde Carlos II a Alfonso XII. La joya de la corona es la falúa de Carlos II. Una obra de arte barroco que permitió al “Hechizado” navegar plácidamente por los canales del Retiro, que discurrían por lo que hoy conocemos como Paseo de Coches y que desembocaban en el Estanque Grande. Había hasta un astillero real, justo donde ahora está la biblioteca Eugenio Trías (Casa de Fieras).

El Retiro, en el siglo XVII, era de uso exclusivo del rey. Tanto los jardines como el Palacio del Buen Retiro habían sido levantados en la década de 1630 por el padre de Carlos, Felipe IV. De aquel conjunto palaciego sobreviven el Parque, el Salón de Reinos y el Casón, ambos edificios pertenecientes hoy en día al Museo del Prado. El resto quedó muy dañado por la Guerra de la Independencia a principios del siglo XIX, ya que Napoleón utilizó el Retiro como arsenal y cuartel para sus tropas. Sobre esas ruinas se construyó en el reinado de Isabel II el barrio de Los Jerónimos.

Pero volvamos a la falúa. La góndola de Carlos II fue encargada por el rey en 1683 en Nápoles y entregada en 1688. Poco se sabe de su uso. Lo único que conocemos a ciencia cierta es que en 1724, durante el reinado de Luis I, fue trasladada a La Granja de San Ildefonso para que la pudiera usar su padre, el rey Felipe V. El Retiro, La Granja y Aranjuez fueron los tres Reales Sitios donde los reyes españoles, tanto los Austrias como los Borbones, disfrutaron de la navegación fluvial a bordo de lujosas embarcaciones, algunas de las cuales, por suerte, se conservan intactas en el Museo de Aranjuez.

Tiene una longitud de 16,7 metros y una envergadura de 280 centímetros. En la proa se observa una sirena dorada que porta el escudo real y en la popa destaca un león alado y con forma de pez. La góndola estaba originalmente pintada de negro, como la venecianas, pero se cree que fue repintada de verde en el siglo XIX. El pabellón, donde viajaba el rey, está amueblado con asientos tapizados y coronado por una figura de la Fama. Toda la embarcación está adornada por figuras de tritones, nereidas, cariátides, leones y monstruos marinos. ¡Una verdadera joya del barroco!

Según la documentación de Patrimonio Nacional, la falúa fue diseñada por el arquitecto Filippo Schor y en su elaboración participaron artesanos y decoradores napolitanos como Nicolás Cuso, Francesco Franchini y Dionisio Carinal. En aquella época Nápoles era un virreinato español. También de Nápoles llegaron a España, de la mano de Carlos III (hermano del efímero rey Luis I e hijo también de Felipe V), los artesanos y artistas que levantarían en el Retiro la Real Fábrica de Porcelana, que estaba situada donde hoy se alza el Ángel Caído y que quedó destruida tras ser utilizada como fortín por las tropas napoleónicas.

Según nos cuenta el historiador Javier Jordán de Urríes, de Patrimonio Nacional, la falúa fue usada tanto por Carlos II en el Retiro como, muy probablemente, por Felipe V en el estanque conocido como “El Mar”, en lo alto de los jardines de La Granja (Segovia). En julio de 1966 fue trasladada al Museo de Aranjuez. Aún tuvo tiempo de hacer oro viaje: en 2011 formó parte de la exposición “The Majesty of Spain”, que se celebró en Misisipi (EEUU). ¡Quien le iba a decir a los artesanos napolitanos que su góndola iba a cruzar el Atlántico más de tres siglos después!

Fotos: Ignacio Bazarra

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