Un día de los años 50. José Pradal, delineante del Departamento de Parques y Jardines del Ayuntamiento, observa desde su despacho en la Casa de Fieras cómo unos obreros destrozan a martillazos una figura de piedra. Es una enorme cabeza a la que le falta la nariz. Pradal detecta rápidamente que esos rasgos pertenecen a Pablo Iglesias.
Obra del escultor Emiliano Barral, la estatua presidía un vasto conjunto monumental dedicado al fundador del PSOE e inaugurado en mayo de 1936 en el Parque del Oeste, solo dos meses antes de que estallara la Guerra Civil. Pero el bando vencedor, nada más entrar en Madrid en 1939, destroza y tapia el monumento. Veinte años después, los escombros son trasladados al Retiro para levantar el muro oriental del parque, que linda con Menéndez Pelayo. Pradal es militante socialista y, discretamente, se acerca a los obreros. Nos lo cuenta Gemma Pradal desde Almería. Es sobrina nieta de José y la memoria viva de un acto heroico que pudo haberle costado la vida a su tío abuelo.
“¿Sabéis quién es?”, les pregunta José a los obreros. Y ellos responden: “Sí, el fundador de la UGT”. Rápidamente, el delineante se gana su confianza. Les propone dejar de destrozar la obra de arte y, a cambio, cavar una gran zanja. Les da unas monedas de propina, relata Gemma Pradal, y al menos a uno de los obreros lo cita para esa noche en el Retiro. Hay versiones que dicen que fueron varios operarios. Pero a Gemma solo le consta que uno se ofreciera voluntario. Será el comienzo de una de las peripecias más fascinantes de la posguerra española.
Un plano, una ventana y cuarenta años de silencio
Desde entonces, y hasta su jubilación en la década de los años setenta, José Pradal acudirá a diario a su despacho en la Casa de Fieras, sede de las oficinas de dirección del parque y donde trabajó durante años como ayudante de Cecilio Rodríguez, el gran jardinero del Retiro. Desde su ventana, según recuerda su sobrina, mirará a diario el lugar donde reposaba la cabeza de Pablo Iglesias y se conjurará para que el guardián de su secreto, un obrero cuyo nombre se desconoce, mantenga la boca cerrada. “Recuerdo que era un edificio de ladrillo visto, un segundo piso desde donde se veía el zoo de la Casa de Fieras y los Jardines de Cecilio Rodríguez”, subraya Gemma.
Volvamos a aquella noche en plena dictadura. Ya entrada la madrugada, José se dirige desde su casa en la calle Menorca a los terrenos que hoy ocupan los Jardines de Cecilio Rodríguez. Ayudado por el trabajador municipal que acude a la cita nocturna, arrastran la cabeza de Pablo Iglesias hasta la zanja y la tapan con una buena cantidad de tierra. La operación no debió de ser fácil, dado el peso (1.500 kilos) y las dimensiones de la escultura. El lugar exacto lo dibuja José en un plano perfectamente señalizado, no en vano es delineante.
José Pradal, nos dice Gemma Pradal, guardó el croquis en su casa durante años. Ni su esposa ni sus hijas supieron nunca nada. Confiado en que la dictadura tenía los días contados ante la victoria de las potencias occidentales frente al nazismo, el delineante del Retiro esperó en vano la vuelta de la democracia. En 1957, sin esperanzas de poder desenterrar algún día a Pablo Iglesias, decidió viajar a Toulouse.
Gabriel Pradal toma el relevo
El socialista almeriense Gabriel Pradal (1891-1965), hermano de José, fue el último diputado en cruzar la frontera de Port Bou en 1939. Este brillante arquitecto, autor de numerosas obras en Madrid y Almería y que llegó a ser decano del Colegio de Arquitectos de Madrid, acababa de participar en la última reunión de las Cortes en el castillo de Figueras. Asediados por el ejército de Franco, los últimos republicanos huyen a Francia. Será el comienzo de un exilio de 40 años y la muerte para muchos de ellos, como Azaña, Machado y la propia esposa de Gabriel, Mercedes Rodríguez, que no resiste las penalidades y muere en Toulouse el 1 de julio de 1940 dejando cinco huérfanos. Mercedes era hija de Antonio Rodríguez Espinosa, el añorado maestro de Lorca en Fuente Vaqueros.
Gabriel Pradal se instaló en Toulouse con sus cinco hijos. Allí residió hasta su muerte en 1965. Fue miembro de la Ejecutiva del PSOE y la UGT en el exilio y director de El Socialista. Nunca volvió a ver a su familia española. Pero en 1957 recibió una visita que le cambiaría la vida. Su hermano José apareció en Toulouse con un regalo inesperado: un plano que parecía sacado de La Isla del Tesoro. “No digas nunca nada. Vuelvo a Madrid, pero solo tú y yo conocemos este secreto”, le debió de decir José. Gabriel mantuvo la promesa, pero antes de morir dejó el croquis en manos de sus hijos, a quienes explicó todo lo que le había contado su hermano.
“Cuando lo entregó a su hermano, en Toulouse, José sabía que si ese plano caía en manos de alguien en España, lo iban a destrozar. Y, sobre todo, no había esperanza de que la dictadura acabara mientras ellos vivieran”, cuenta su sobrina nieta.
Siete de febrero de 1979
La familia Pradal conocía bien a los nuevos dirigentes del PSOE. Felipe González, Alfonso Guerra, Ramón Rubial y Máximo Rodríguez Valverde coincidieron en Francia, donde el partido se reconstruyó y pudo volver con fuerza a España en cuanto se restauró la democracia en 1977. Los hijos entregan el croquis a Máximo, que a su vez se lo hace llegar a Alfonso Guerra, entonces diputado y secretario de Organización del PSOE. Guerra inicia unas gestiones con el alcalde de Madrid, José Luis Álvarez, pero no consigue el permiso para excavar en el Retiro. “Tendrá que esperar al siguiente alcalde, Luis María Huete, más abierto, para obtener la licencia”, recuerda Gemma Pradal.
Toda la operación se hizo en secreto. Dos hijos de Gabriel Pradal, Kalinka y Carlos, viajan desde Toulouse. Y Fuenciscla y Carmen, las hijas de José, sus primas, les reciben en Madrid. Durante casi una semana de ese frío mes de febrero de 1979 los hijos de los Pradal y Alfonso Guerra, con la ayuda de un arquitecto municipal y un operario, ven cómo la excavadora rebusca sin éxito junto a la tapia de los Jardines de Cecilio Rodríguez. No están ni Gabriel ni José, que murió en 1975 sin ver el fin de Franco. “El plano estaba bien dibujado, pero señalaba como referencia una caseta y, como había varias en el lugar, eso hizo difícil detectar a partir de cuál había que empezar a contar los metros”, relata su sobrina nieta, que junto a su familia en Almería esperaba, ansiosa, noticias desde Madrid.
El 7 de febrero, por la tarde, la excavadora toca algo duro. ¡Es la cabeza de Pablo Iglesias! Se avisa a la prensa y acuden más dirigentes socialistas al Retiro. En las fotos de prensa, al día siguiente, aparecen posando varios dirigentes del PSOE, que en esos días recibían en Madrid a Olof Palme para los actos del centenario del PSOE (1879-1979). Además de Guerra, junto a la cabeza del padre del socialismo español se fotografían Ramón Rubial, Javier Solana, Enrique Múgica y Enrique Barón. Cuarenta años después Pablo Iglesias volvía a ver la luz. La cabeza, desfigurada, preside hoy la entrada a la sede del PSOE en la calle Ferraz, como testimonio de la gesta de unos hermanos que supieron guardar fraternalmente un secreto. El secreto de su vida.
Emiliano Barral, el escultor amigo de Machado
El busto de Pablo Iglesias es obra de Emiliano Pradal. Este escultor segoviano, gran amigo de Antonio Machado y del propio Pablo Iglesias, murió en 1936 con solo 40 años, alcanzado por un obús en el barrio de Usera. Machado escribiría en su epitafio: “Cayó a las puertas de Madrid defendiendo su patria contra un ejército de traidores, de mercenarios y de extranjeros”.
Su hijo Fernando Barral, exiliado primero en Argentina y luego en Cuba, merece un hueco especial en esta historia. Fue amigo de juventud del Ché Guevara y se convertiría con el tiempo en un conocido psiquiatra de la isla, aunque sus relaciones con el régimen de Fidel Castro pasaron por muchos altibajos. En su calidad de médico fue el primer extranjero que consiguió entrevistarse en Vietnam con un famoso aviador estadounidense que estuvo en manos del Viet Cong entre 1967 y 1973, John McCain. Años después, este héroe de guerra se convertiría en senador republicano y candidato a la Casa Blanca.
José Pradal: elegante, discreto y un brillante dibujante
“Don Cecilio, que era Jardinero Mayor, es quien ampara a mi tío Pepe. Gabriel, que fue arquitecto del Ayuntamiento, debía de tener relación con él. Y cuando termina la guerra, Pepe va a hablar con don Cecilio porque en Almería los Pradal estaban marcados, pero en Madrid se ve que sí podía trabajar. Don Cecilio lo acogió un poco bajo su protección. Y se lo llevó al Retiro. Él tenía el despacho allí en el mismo edificio donde vivía Cecilio Rodríguez. Lo necesitaba para dibujar los jardines”, relata Gemma Pradal.
La relación entre Pradal y Cecilio Rodríguez, que había sido jardinero mayor de Madrid durante el reinado de Alfonso XIII (creó la Rosaleda del Retiro, por ejemplo), destituido durante la República y nuevamente repuesto por la dictadura, se remonta a 1939. Según Gemma Pradal, su tío abuelo fue llamado a un tribunal de guerra en Madrid. Dada su sintonía con la izquierda y su relación familiar con un prominente diputado socialista, José Pradal se temía lo peor. Pero cuando esperaba su turno para ser interrogado, se le acercó un hombre al que no conocía. “¿Usted es Pradal?”, le preguntó el desconocido. “¿Qué sabe de su hermano?”, le inquirió. “Ya está, van a por mí”, se temió el joven delineante. Pero en lugar de ello, aquel hombre le dijo: “Véngase conmigo”. “Este chico se viene conmigo”, le dijo enérgico a los funcionarios. Y Pradal se fue con aquel hombre que se movía con tanta autoridad entre aquellas paredes. Aquel hombre era Cecilio Rodríguez. Según Gemma, el jardinero mayor debía conocer bien a su hermano, que había sido arquitecto municipal en Madrid, y quizá por ello se sintió obligado a tener una deferencia con el joven delineante. No solo le salvó, quizá, de la cárcel, sino que le dio trabajo en el Retiro.
José Pradal diseñó muchos de los jardines municipales de la época. El que rodea, por ejemplo, la Puerta de Alcalá, es obra suya. Y decoraba, por ejemplo, el albero de la plaza de Las Ventas en las corridas de Beneficencia, nos recuerda Gemma. “Dibujaba muy bien, era muy creativo y muy perfeccionista. Me viene a la memoria aquella mesa de arquitecto que tenía en su despacho a la entrada de su casa. Allí tenía planos, sus libros, era su refugio”.
“Físicamente era elegante. Era un señor especialmente elegante. Alto, delgado, con poco pelo y con una sonrisa muy bonita”, dice Gemma. “Era muy serio, muy tímido, pero muy socarrón, muy gracioso. Lo recordaré siempre elegante por fuera y por dentro. Nada chulesco ni heroico, era calmado, más bien retraído. Llama la atención que se la jugara de esa manera, en un tiempo en que hacer eso te podía costar la vida. Era extremadamente prudente y discreto”.
El plano se lo ocultó a todo el mundo. “Ni su mujer ni su hija sabían absolutamente nada. Se enteraron todos por los primos de Francia en 1979”. En la foto se ve la cara emocionada de su hija Fuenciscla. “Ella estaba muy unida a su padre, adoraba a su padre”. Vive actualmente en Madrid, no lejos de la casa paterna de la calle Menorca. Es pianista y fue profesora de Solfeo del Conservatorio en Madrid.
José Pradal, además de aquella histórica fecha de 1957, volvió más veces a Francia a ver a Gabriel. “Ellos tenían amistad con Felipe y Alfonso, porque iban mucho a Toulouse”, subraya Gemma. Y recuerda una anécdota relacionada con la Casa de Fieras, que hasta 1972 fue el zoo de Madrid. “Pepe venía a cazar a Almería todos los años. En una ocasión se encontró con dos flamencos malheridos. Los curó en casa y los llevo a la Casa de Fieras, donde los podía cuidar a diario”.
José Pradal es conocido, además, por el minucioso plano que dibujó de los bombardeos de la aviación nazi sobre Almería el 31 de mayo de 1947. “Aquello fue tanto o más que Guernica. Hay un poema de Neruda sobre los bombardeos. Fue algo salvaje, sin piedad. Atacaron por mar y por aire, desde Ibiza y Alicante. Y Pepe hizo un plano de la ciudad donde marcó todos y cada uno de los puntos donde habían caído las bombas”. Sin el genio de Picasso, pero con la meticulosidad de un delineante, ese plano dejó constancia para siempre de uno de los episodios más cruentos de la intervención alemana en la guerra española.
Texto: Ignacio Bazarra
Fotos: Archivo de la familia Pradal
1 Comment
Tomás Montero
08/02/2018
“En otro de estos parajes poco frecuentados de El Retiro presencié también, o mejor dicho entreví, otro suceso cuyo sentido tarde horas en descifrar. Ocurrió al otro lado de un alto seto, tras del que yo estaba sentado, entre losas de bancos demontados y materiales de albañilería heterogéneos. Era junto a la casa de fieras.
Dos obreros, que traían un carretillo de mano, se detuvieron a echar un cigarrillo y a charlar. O más bien a discutir. Uno de ellos dijo que no estaba dispuesto a hacer algo que les habían mandado. El otro, aunque lamentaba tener que hacerlo, decía que, de negarse, don Cecilio, el jardinero mayor, les echaría.
-Oye -exclamó el primero-,¿has visto Blancanieves, esa película de dibujos del Monumental?
Despues hubo risas y cuchicheos, con miradas de reojo en derredor. Acto seguido los dos obreros salieron de mi campo visual, para volver a él con un pico y una pala. Cavaron precipitadamente un hoyo y miraron en torno otra vez. A continuación desenvolvieron lo que traían entre sacos. Era una cabeza de piedra. El cuello mellado hacía suponer que fue arrancada de algún busto o estatua. Creí reconocerla. Esta cabeza vio sin duda desfilar ante ella multitudes con el puño crispado, entre tremolar de banderas. Pero ahora estaba allí, en tierra, mutilada, mirando ciegamente al cielo.
Echaron otra mirada en torno y con cuidado, casi reverentemente, depositaron la cabeza en el hoyo abierto y la cubrieron de tierra.
A continuación, hicieron algo que me pareció sin sentido. Cogieron un pedrusco, lo posaron en el suelo, y arremetieron contra él furiosamente, destrozándolo con sus largos martillos de picapedrero. Quedó hecho trizas entre risas, chirigotas y jadeos. Luego, arrojaron los fragmentos en el carretillo y desaparecieron.
Era ya de noche cuando dejé El Retiro. Estuve hablando unos momentos con Jesús Carreras y me olvidé del incidente por completo. Pero, al salir por la Puerta de Alcalá, me vino a la memoria la alusión a Blancanieves y todo se hizo claro.
La madrastra -don Cecilio, el jardinero mayor- mandó al cazador que le llevara el corazón de la niña; pero le llevó el de un cervatillo, un pedrusco cualquiera.”
“Muerte después de Reyes” Fragmento del capítulo 22 de diciembre de 1944. Manuel de la Escalera. Akal Literaria. Ed. 2015.
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